Ana es una joven afectada por un Trastorno Límite de la Personalidad, la enfermedad psicológica más tipificada entre los denominados trastornos de la personalidad. Su vida pública transcurre en un aparente régimen de normalidad mientras su vida interior se ve sometida a la tensión permanente de lo que podríamos denominar una multiplicidad sin consistencia: inseguridad, miedo, rabia, dolor, ansiedad, tensión, compulsión, autodestrucción...
En La herida, el director de cine Fernando Franco, solapa la mirada de los espectadores al cuerpo frágil, convulso y conflictivo de esta joven madrileña. Durante una hora y cuarenta minutos su cámara circula por los espacios de su vida cotidiana para mostrar –o mejor aún, para rasgar–, como un bajo continuo afectado de sobresaltos, una vida que no logra acoplarse con su entorno.
Pero La herida no es sólo una película sobre Ana –esto es, el retrato de una determinada patología– sino más bien el análisis de una sociedad en la que las relaciones humanas resultan, por encima de todo, complejas, difíciles, distantes, ensimismadas o, incluso, egoístas. Es ahí donde reside el verdadero interés de esta película. La herida no habla de una herida (la personal, la subjetiva), sino de la Herida con mayúsculas. Esto es, de la herida social, de la herida corporal, de la herida familiar, de la herida laboral, de la herida fraternal y de la herida amorosa. En definitiva, la dislocación fracturada de una existencia, la de todos nosotros, que se revela con mayor claridad ante la aparición de un cuerpo “anómalo”.
Así, con esta película Fernando Franco pone de manifiesto de manera latente y serena, pero sin caer en enjuiciamientos morales, una lectura crítica de la sociedad en la que habitamos. Aquí no hay culpables, inocentes, víctimas o verdugos; tan sólo un análisis crudo de la responsabilidad, de la soledad, del cariño, del cuidado y del respeto que sentimos hacia uno mismo y hacia los demás.
Javier Fuentes Feo